AltoDirectivo
Los Informes del World Economic Forum (WEF) para 2014-2015 sitúan a España en el puesto 33 en cuanto a la calidad de sus directivos. El puesto 95 en la formación del staff y el 59 en el grado de confianza en la gestión profesional son otros dos hitos a considerar en este ranking mundial.
Por su parte, la Fundación Estatal para la Formación en el Empleo (FUNDAE) apunta, según sus datos, que sólo el 3,7% de las acciones formativas financiadas por el sistema de formación para el empleo de los últimos cuatros años ha tenido como participantes a trabajadores directivos aunque no puede decirse que esta aparente indolencia sobre la actualización profesional sea privativa de los directivos pues según la Fundación SEPI, las empresas españolas dedican a la formación de sus plantillas un 0,25 % de los costes laborales totales (por cierto, somos el tercer país europeo inversor en activos intangibles… empezando por la cola y, en fin, el 41 en el índice de Capital Humano del propio WEF).
El magnífico trabajo colectivo dirigido por el profesor Rafael Myro “Una nueva política industrial para España” (Premio de Investigación 2014 del Consejo Económico Social, que lo editó) contiene y analiza muchos de estos datos y, asimismo, afirmaciones conceptuales que sonrojan por su contraste con la realidad patria: “… la calidad de la gestión empresarial, de su capital directivo, es uno de los elementos que influyen en la productividad de las empresas, en su capacidad de innovación, su internacionalización y su dimensión. De la misma manera, los avances en todos estos aspectos acaban exigiendo directivos de mayor calidad” (“La formación de capital humano y de capital directivo”, por Yagüe Guillén y Campo Martínez).
Yo, pese a la esperanzada insistencia del trabajo citado en la mejora reciente de estas magnitudes, me permito concluir que España, en esto, no va bien.
La empresa española tradicional ni ha confiado especialmente en la fuerza transformadora del Capital Humano ni se ha empeñado en configurar una cultura de formación y profesionalización de la gestión directiva. No ha destacado tampoco en la tarea de propiciar un ambiente que anime a la formación aspiracional de los mandos intermedios ni ha sentido la necesidad de crear las condiciones ambientales para que los directivos se formen en las nuevas corrientes del liderazgo. Por su parte, tampoco el directivo español puede sacar pecho en esto de la formación, aunque, como ya he dicho, el nivel de concienciación en este nivel sobre su importancia es muy cercano a la de la fuerza laboral en su conjunto. La honrosa excepción de este panorama, como en otras tantas cosas, la representan las mujeres directivas, quienes, desde su menor presencia en el nivel directivo de las empresas, se forman más que los hombres y en cursos de mayor transversalidad y duración, según datos de la FUNDAE.
En el sector público español, tan denostado por los exégetas del mercado en muchos aspectos, los tiempos se afrontan de otra manera porque los procesos de captación del talento se combinan con una gran flexibilidad de las condiciones horarias y económicas para la actualización de los conocimientos y competencias de sus cuerpos directivos (qué inteligente, por cierto, el sistema de oposiciones: permite reclutar titulados universitarios que entran en la empresa impresos ya de sus valores y conociendo con todo detalle producto, mercado y cartera, todo ello, a coste 0). Además, a la tradicional formación continua en las “Escuelas” e instituciones extranjeras y supranacionales, se une hoy la participación desacomplejada de los funcionarios directivos de carrera en programas específicos de escuelas de negocios y centros universitarios de postgrado de enorme prestigio.
En cuanto a los contenidos de la formación, al empresario español le interesa que su directivo esté actualizado, no tanto en competencias no cognitivas (que son las de la nueva Economía) como en el conocimiento del producto y su adecuada distribución. Según los datos de la FUNDAE sobre la formación programada por las empresas, las acciones formativas más demandadas, además del idioma inglés, son las relacionadas con el marketing y las ventas, siendo estas últimas las que más financiación han obtenido por el actual sistema de la formación continua. Las acciones formativas de propósito general están muy relegadas, siendo especialmente decepcionante la participación del personal directivo de RRHH en su propia formación.
Suele decirse que la economía del presente necesita una nueva cultura de la formación directiva. Yo sostengo que en nuestro país lo que hay que hacer es constituir una, aunque sea vieja, porque haberla no la hay y si la hubo en algún momento nadie sabe dónde está. Hablo de valores y hablo de concienciación. Las escuelas de negocio son un oasis en este pequeño desierto de la formación continua de los directivos (ocupan un destacado tercer puesto a nivel mundial en los Informes del WEF) y el sector público, como las mujeres directivas, son ejemplos a seguir. Hay que generalizar esos valores y conductas con una decidida política de difusión y flexibilidad para la formación en la dinámica de actividad de las empresas y debe ofrecerse también un mayor apoyo y reconocimiento a las iniciativas formativas de las empresas que apuestan por ese valor porque la incidencia de la calidad directiva en la competitividad está acreditada, como también lo está su influencia en la dimensión misma de las empresas.
En general, la formación es sin duda el elemento crítico de la conformación de una fuerza directiva de calidad y no caer en la cuenta de eta evidencia a tiempo puede costarnos mucho más que un puesto o dos en el ranking de la economía mundial porque lo que está en juego en ese tablero es la productividad y el posicionamiento. Las exigencias del crecimiento económico se concretan en competencias nuevas para directivos nuevos con una nueva visión. El enraizamiento de las funciones directivas clásicas en la ideas de compromiso con la organización y confianza en el producto ya no son valores dominantes en este mundo empresarial tan complejo porque los tiempos modernos reclaman, además de la fe y el conocimiento, la ética, la polivalencia y la comunicación. Velocidad y cambio son los nuevos paradigmas del presente que configuran este escenario de múltiples pistas y de reglas distintas, en las que la adaptabilidad es la Ley. Moverse y actuar en ese escenario exige por tanto nuevas capacidades, capacidades que pueden traerse de serie o pueden, con el esfuerzo y las condiciones apropiadas, adquirirse también.
Dicho sea esto todo esto con todos los respetos debidos y a efectos de una mera y legítima provocación.
Madrid, abril de 2017
Alfonso Luengo Álvarez-Santullano.
Director Gerente de la FUNDAE
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