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Actualmente, los procesos de toma de decisiones en las empresas apenas han evolucionado. Los equipos directivos continúan alcanzando acuerdos y resoluciones de forma apresurada, lo que provoca decisiones en algunos casos deficientes o equivocadas. Ante esto ¿cómo deberían ser los procesos de toma de decisiones para que sean más efectivos?
En primer lugar, las organizaciones deben adoptar un marco de toma de decisiones común que establezca de forma clara quién decide qué, quién o quienes participan en el proceso de toma de decisiones y dónde acaba el poder de decisión de cada área o nivel de responsabilidad. Herramientas como el RACI o RAPID son muy útiles para establecer este marco de referencia.
Según Ignacio Mazo, Director de la Unidad de Liderazgo y Management de BTS, “es necesario crear y desplegar un único marco para toda la empresa, ya que la existencia de múltiples marcos que operan simultáneamente causa problemas de comunicación, confusión y frustración entre los directivos”. Y añade: “si el marco no se difunde en toda la organización, los empleados pueden carecer de orientación sobre cómo tomar decisiones alineadas con la misión o el propósito de la empresa. La adhesión a un único modelo, incluso imperfecto, agiliza la toma de decisiones para lograr coherencia y adaptabilidad estratégica”.
Un segundo elemento para mejorar la efectividad de los procesos de toma de decisiones es que las organizaciones deben medir y reforzar los comportamientos clave que influyen en cómo los líderes toman esas decisiones. Las empresas y sus líderes tienden a focalizarse en la lógica y los datos en su toma de decisiones, descuidando el papel de la emoción. Pero, como han demostrado las investigaciones sobre el funcionamiento de nuestro cerebro, razón y emoción están permanentemente conectadas.
Por ello, las organizaciones deben promover la diversidad de pensamiento, de personalidades y de perspectivas al crear equipos, para protegerse contra el pensamiento único. Deben también reclutar y desarrollar el conocimiento sobre inteligencia emocional, ya que al tomar una decisión hay que considerar el impacto de ésta en todas las partes interesadas o que vayan a verse afectadas por la misma. Esto no significa abandonar los datos sino complementar el uso de los datos.
La tercera clave es la medición, la pieza final de la toma efectiva de decisiones, es lo que conecta el marco y los comportamientos. Evalúa si los empleados de una organización están siguiendo el marco de referencia, si está funcionando correctamente y si se comparte con toda la organización.
“Se trata de medir, no tanto la calidad de la decisión, sino la calidad del proceso seguido para tomar la decisión. Además, la medición debe ayudar tanto a los tomadores de decisiones como a las organizaciones a aprender de las malas decisiones y redefinir los procesos seguidos en su caso. La medición también permitirá identificar las necesidades de desarrollo de mejores capacidades para la toma de decisiones en los líderes de la organización”, matiza Ignacio Mazo
En definitiva, la toma efectiva de decisiones es uno de los aspectos que van a diferenciar a las organizaciones en el siglo XXI, y les permitirá maximizar la creación de valor. Por esta razón, las empresas deben evaluar su efectividad en la toma de decisiones. Al mejorar su marco, los comportamientos de los empleados y el proceso de medición, una organización puede abordar mejor sus desafíos competitivos, acelerar la implementación de la estrategia y posicionarse para el éxito futuro.
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