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Cuando, en 1999, se firma la declaración de Bolonia que da inicio a la constitución del Espacio Europeo de Educación Superior (EEES), se pretende configurar un entorno educativo competitivo y suficientemente homogéneo para permitir el intercambio y reconocimiento de títulos dentro del EEES de una forma fácil y rápida y, de esta forma, mejorar la movilidad, tanto de estudiantes como de docentes, dentro de dicho espacio. Para ello, se crea la figura del ECTS (European Credit Transfer System) o sistema europeo de transferencia de créditos.
Con este sistema de transferencia de créditos se incluye, simultáneamente, un cambio en la metodología docente, que tiene que pasar de estar sustentada en clases magistrales, a implementar un sistema de evaluación continua, con una enseñanza más práctica y una participación activa por parte del alumno. Igualmente, en el desarrollo de cada asignatura, se tienen que incluir, no sólo contenidos teóricos de dicha materia, sino también destrezas y competencias que permitan un adecuado desempeño de los alumnos en su ámbito profesional. Y es, precisamente, aquí donde el sistema ha fracasado estrepitosamente.
Desde que, en 2005, se estableciesen las primeras regulaciones de los títulos Master oficiales, hasta el último real decreto de 2015, en el que se recogen los contenidos del suplemento europeo al título (SET), son muy diversos los cambios de legislación (leyes y reales decretos) que han dado lugar a una situación, desde mi punto de vista, insostenible, donde los papeles (memorias de las distintas titulaciones) y la realidad siguen recorridos diferentes.
Con el nuevo marco, como ya he mencionado anteriormente, se pretendía que el cambio no fuese solamente de denominación y duración, sino que cambiasen tanto los contenidos, entendidos en su conjunto (teoría, destrezas y competencias), como la metodología (evaluación continua y mayor participación del alumno). Y es aquí donde el papel va por un lado, cumpliendo con las directrices y objetivos de la declaración de Bolonia, y la realidad va por otro. En la práctica no se han modificado de forma sustancial las metodologías de enseñanza, siendo la clase magistral y la evaluación de conocimientos mediante exámenes, el proceso que se sigue desarrollando de forma mayoritaria en casi todas las titulaciones y, por supuesto, no se puede pretender que un docente universitario enseñe habilidades y competencias, igual que un manzano no da peras.
¿En qué se traduce todo esto, para la mayoría de las titulaciones? En que hemos cambiado un título de Licenciado, por dos títulos, uno de Grado y otro de Máster, dando la sensación que ahora tenemos alumnos más formados y más competentes. Pero lo que tenemos, en realidad, son alumnos más titulados, simplemente por la sustitución de un título universitario por dos. Y, más grave aún, es que ni siquiera esto aporta mayor nivel de titulación, visto desde la perspectiva del MECES (Marco Español de Cualificaciones para la Educación Superior), ya que un licenciado tiene el reconocimiento de un nivel MECES3, exactamente lo mismo que un graduado con máster.
No descubro ningún secreto si digo que existe una diferencia significativa entre los perfiles que forman las universidades españolas y los perfiles que demandan las empresas, y es aquí donde las Escuelas de Negocios aportamos nuestro mejor saber, para cubrir las demandas de profesionales cualificados que necesita nuestra sociedad.
Este desajuste, entre lo que forma nuestro sistema educativo y lo que demandan las empresas, no sólo no se ha reducido, si no que, con la introducción de Bolonia, ha aumentado, ya que la exigencia de cualificación de las empresas actuales se realiza en tres ejes, conocimiento operativo, competencias y actitudes. Bolonia ha profundizado en la adquisición de conocimientos cada vez más especializados, pero estos conocimientos no son puestos en valor ya que carecen, en la mayoría de los casos, de la operatividad que demandan las empresas.
Por otra parte, en una sociedad donde los cambios se suceden, cada vez, de manera más vertiginosa, las competencias transversales son más y más importantes, ya que los conocimientos deben ser aprendidos y desaprendidos, cada vez con mayor velocidad, siendo estas competencias blandas las que aportan mayor valor diferencial a los candidatos. Es en estas competencias transversales donde Bolonia debería haber supuesto un cambio, a mejor, de nuestro sistema de educación superior que, sin embargo, se ha quedado en papel mojado.
Compromiso, responsabilidad, empuje, ganas de aprender, optimismo…, son palabras que cada día se ven más presentes en los requisitos que las empresas ponen a sus nuevas incorporaciones. Términos que hacen referencia a actitudes, no a conocimientos o competencias, y que nuestro sistema de educación superior, no sólo no fomenta si no que desincentiva. Es a través del ejemplo donde podemos mejorar estas actitudes en nuestros alumnos y, para ello, se ha demostrado esencial el tipo de docente habitual en las escuelas de negocios, el correspondiente a un directivo o profesional que, en estas escuelas, no sólo trasmite conocimientos operativos (cómo se hacen las cosas), sino que son un ejemplo imprescindible en el proceso de generación de las actitudes necesarias para un buen desempeño profesional.
Este año, en el que se cumple el 10º aniversario de la constitución de la Asociación Española de Escuelas de Negocios (AEEN), al hacer una valoración de los logros conseguidos, no podemos negar que han sido muchos pero, al mismo tiempo, tenemos aún la tarea pendiente de trasladar, a la sociedad y a los interlocutores políticos, la necesidad de defender un modelo de formación de posgrado con tan buena aceptación en el extranjero. Las Escuelas de Negocios españolas cuentan tanto con un, muy merecido, reconocimiento internacional, como la absoluta indiferencia por parte del establishment educativo, y la sensación que esto nos deja es que, entre todos, hemos perdido la oportunidad de tomar lo mejor de cada uno de nosotros para construir una oferta formativa adaptada a las necesidades de nuestra sociedad y entorno.
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